19 - Marzo - 2008
Nuestro último día en Amsterdam amanece lluvioso, como casi todos los del viaje, aunque esta vez madrugamos más que el día anterior para poder hacer cosas antes de coger los coches hacia Bélgica.
Por la mañana damos el típico paseo en barco entre los canales que yo, a pesar de dos visitas anteriores a la ciudad, no había hecho nunca y que bien valió la pena. Es precioso ver todas las casas y canales desde este punto de vista diferente. Lo peor de todo fue que como en Amsterdam el tiempo cambia de un sol espléndido a la lluvia torrencial en minutos e íbamos en un barco cubierto por una cristalera, cuando salía el sol nos achicharrábamos y cuando se escondía pasaba lo contrario. Seguro que con buen tiempo y en un barco descubierto se disfruta más. De todas maneras, y aunque parezca un plan demasiado turístico, es algo que recomiendo a cualquiera, vale la pena.
A continuación nos dirigimos al museo de Anna Frank, que nos decepcionó mucho. Como museo no vale nada, es como recorrer cualquiera de las casas sobre los canales y vacía de muebles y, sobre la historia de esta niña, al menos yo, poco aprendí que no supiese ya (y eso que no leí el libro). Lo más sorprendente es el éxito que tiene el museo, de hecho tuvimos que hacer cola para entrar. Queda claro que hay un marketing puro y duro alrededor del museo, puesto que hasta todas las guías lo pone como una de las cosas imprescindibles de la ciudad.
Comimos como bestias en un restaurante griego antes de partir hacia Mechelen, ciudad belga que escogimos un poco al azar de camino al aeropuerto, y que fue todo un descubrimiento. El casco viejo era precioso y la plaza mayor de lo más bonito que hemos visto en el viaje, y eso que sólo la vimos de noche.
lunes, 24 de marzo de 2008
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